lunes, 15 de febrero de 2016

En esa esquina...

Allí en esa esquina rota, sucia, vieja, había un mendigo. Todos los días la gente pasaba, mientras el yacía, casi inmóvil, tiritando de frío. La humedad del suelo helaba sus huesos, y entonces no podía dormir. Permanecía allí acostado, adolorido, hambriento y congelado.



Veía pasar cientos de pies por día, no importaba a que hora, pasaban siempre. Ruidosos tacos, delicados mocasines, gastados zapatos que los mas jóvenes arrastraban, piecitos pequeños, de niños, que demoraban su paso al pasar por ahí. Pero todos pasaban al fin y al cabo, una y otra vez, cada día, a cada rato, y nadie miraba al mendigo, nadie se detenía frente a él.

Era como una figura estampada al suelo, al paisaje, era parte de la esquina, era un poste, tal vez una molestia para muchos ojos.
Nadie jamás se detuvo, nadie nunca le dio comida, dinero, abrigo, ni los buenos días. Nadie sabía su nombre, ni su edad, ni como fue a parar allí.
Pero todos tenían la cabeza demasiado levantada para bajar los ojos y mirarlo. Todos tenían saliva para escupirlo, un sermón, un discurso moral, un insulto, una palabra para juzgarlo.
Una noche cayó la lluvia, y allí en esa esquina rota, sucia, vieja, había un mendigo. Abriendo la boca al cielo para saciar su sed, recibiendo más humedad para sus huesos, más frío para seguir tiritando. Un buen baño juzgarían los que pasaban a su lado, cubiertos con paraguas.
La lluvia no cesaba, llovió toda la madrugada, y el mendigo seguía allí acostado, adolorido, hambriento y congelado. Ahora también mojado.
Era como un capullo -un capullo que posiblemente no logrará jamás volar como mariposa-.
Allí en esa esquina rota, sucia, vieja, había un mendigo. Permanecía allí cuando amaneció, acostado, pero ahora sin dolor, sin hambre, sin tiritar de frío, sin mirar pasar tantos pies, con medias y zapatos que el no tenía.
Días después, allí en esa esquina rota, sucia, vieja, ya no había un mendigo. Nadie se extrañó de su ausencia. La gente seguía pasando por ese sitio, como si nada hubiera cambiado, como si nunca se hubiera ido el mendigo, porque aún continuaban sin mirar aquel sitio vacío.
Nadie fue al velorio, nadie reconoció su cuerpo. Su tumba no llevaba nombre ni fecha de nacimiento. Nadie dejó caer una lágrima, ni rogó que no se vaya, implorando al cielo que era injusto que nos dejara. Nadie dejo caer una flor por aquel hombre sin suerte, que fue un niño y pudo haber sido tu amigo.
Ese hombre que murió solo, pero vivió contigo, allí en esa esquina rota, sucia, vieja y -ahora- sin mendigo.

2 comentarios:

  1. :( Qué relato más triste. Pero es bonito, mantiene el ritmo y permite que uno se identifique... Lo peor es que muchas personas viven a diario ese tipo de vida.

    ¡Buen texto!

    Por cierto, soy tu seguidora 74º (bienvenidos a los septuagésimo cuartos Juegos del Hambre), te he conocido por Bloggers Literarios WSP. Si quieres, sígueme de vuelta ;P https://lacontraportadablog.blogspot.com.es/

    ResponderBorrar
  2. ¡Hola! Bienvenida al blog.
    Me alegro que te haya gustado mi relato, gracias por tus palabras.
    Visitaré tu blog pronto ¡Nos leemos!

    ResponderBorrar

Puedes dejarme tu comentario, con gusto lo leeré y responderé pronto :)

Mis cinco Libros Favoritos

¡Bienvenidos/as a mi blog y Muy feliz Día Internacional del Libro y el Derecho de Autor! He vuelto luego de casi un mes de ausencia ...

Entradas populares